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La Venta del Pobre

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La venta del tío Frasquito el Pobre
Publicado el 17 febrero, 2016 por Manuel León González

La Venta del Pobre en la antigua carretera de Níjar en una imagen de finales de los 60.

Iban los carreros de Huércal-Overa y Vera cargados de verdura a vender en la Plaza de Almería. Cansados del camino pedregoso hacían noche en el ventorillo del tío Frasquito, donde se reponían con unos huevos fritos y daban paja a los animales en la cuadra. Se echaban a dormir sobre colchones de perfolla de panizo sostenidos por sogas cruzadas de  esparto, hasta el día siguiente que reemprendían la ruta por el carril nijareño hasta que entraban a la ciudad por la calle Granada.

Así fue durante años y años, desde que aquel Francisco Bascuña Cruz, el tío Frasquito el Pobre, un arriero nijareño, se cansó de arrear a la mula y colgó los capachos para regentar una pequeña posada   a la vera del camino de Níjar a Almería, en lo que era una ancestral cañada ganadera.

Levantó la venta en el lejano 1853 con sus propias manos, con piedra, cañas y barro, en ese cruce de caminos entre Níjar,  Sorbas y Lucainena, en un lugar solitario y fantasmagórico donde hasta entonces solo brillaba la luna llena. Desde entonces, se hizo parada obligatoria de los cabreros que iban a Almería con el ganado, de las primitivas tartanas de viajeros de Levante, de los pescadores de Carboneras que hacían noche en los camastros de la venta antes de embarcar en Almería para la almadraba gaditana.

Allí, el tío Frasquito, con unas cuantas mesas y un mostrador crió a sus hijos, se hizo con algunas fanegas más de tierra, y después de más de medio siglo, ya muerto el inquieto fundador, éstos se lo vendieron a José Vergel Torrecilla en 1915 quien al poco decidió oir los cantos de sirena que llegaban de la rica Argentina y se la traspasó a su hermano Luis, que acababa de volver de ultramar.

Luis Vergel fue el artífice del despegue de la Venta, cuando empezó a hacer de aguador de los trabajadores de la carretera de Carboneras que empezaba a construirse. Se casó con Josefina Cortés y fueron ampliando el negocio en esa encrucijada de caminos, dando comida y cama. Luis y Josefa fueron teniendo hijos -Isabel, Josefina, Pilar, Pepe, Luis, María y Angeles- y decidió comprarse un taxi y después una línea de coches de Carboneras y Rodalquilar hasta Almería. Se agenció varios Chevrolet y Chrysler e hizo de un antiguo cordel de ganado una ruta alternativa a la imperial N-340 de Tabernas para los viajeros de levante que iban a Almería.

Era puro nervio este emprendedor nijareño que prosperaba día tras día, consciente de que la tangibilidad de la tierra es lo que siempre tendría precio: se hizo con la Venta de la Bernarda, límítrofe con la suya, con lo que pudo ampliar el negocio a 12 dormitorios de huéspedes más las 17 habitaciones familiares, el comedor, la barra y un economato de quincalla y alimentación. Compró también los montes comunales de esparto en pública subasta durante 16 años, dando trabajo a muchos  menesterosos y las fincas de los Cámaras, donde cosechaba cereales, higos, granadas y almendras. Luis Vergel era como un torrente a la hora de lanzarse a nuevas aventuras empresariales, a pesar de sus limitaciones y la de su tiempo, aunque su gran afición era la doma de caballos y yeguas que había perfeccionado en Argentina. Fue capaz de convertir un erial en un lugar habitable, haciendo también una escuela para las cortijadas de los alrededores y pudo presumir de que en sus catres durmieron desde guardias civiles hasta misioneros, desde carreros a diputados de distrito, desde pastores a médicos de parturientas.

Hoy sigue ahí la Venta que levantara el tío Frasquito con sus propias manos, agraciada desde 1992 por el lamido de la Autovía, en manos de otra generación de vergeles,  ahora con gasolinera, sala de convites y gintonería, con ese mismo papel estelar enmedio del páramo nijareño, a 9 leguas de la Puerta de Purchena, como un oasis enmedio del Gobi, donde antes se detenían los rebaños y los coches de línea y ahora los turistas que paran a estirar las piernas y a despabililarse con un café antes de seguir hasta la capital.

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