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Hotel Simón

LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL MÍTICO HOTEL SIMÓN EN PLENO PASEO DE ALMERÍA

Comienzo diciendo que este artículo que empiezas a leer, es por obra y gracia del trabajo de mi compañero de profesión y- aunque no sea esto muy frecuente-un buen y admirado amigo, Eduardo del Pino, quizás la pluma más fértil de los últimos años dedicado a la difícil tarea de recuperar con rigor y amenidad aquella esa otra Almería del recuerdo que sin él y otros compañeros no habrían llegado hasta las nuevas generaciones. Esto dice Del Pino del hotel referencia de la mitad del siglo XX en Almería.

Hasta sus últimos meses de vida, en el año 1965, el Simón conservó intacta su dignidad de hotel antiguo por donde pasaron los mejores artistas, los grandes toreros, las personalidades más importantes que vinieron a Almería desde 1909. Podía haber seguido abierto porque aún tenía clientes para sobrevivir, pero el establecimiento necesitaba una rehabilitación completa y una renovación profunda que sus dueños no podían afrontar. Hasta sus últimos meses de existencia, la vida corrió por sus dependencias como en los mejores tiempos. Todavía se llenaban sus habitaciones para la feria y las cristaleras de colores del patio se abrían en verano para que los clientes tomaran el fresco mientras leían los periódicos. Todavía se sacaban los veladores a la puerta del Paseo para que los huéspedes se tomaran el aperitivo viendo pasar delante de sus mesas la vida de la ciudad. Todavía se llevaban a las casas los pavos rellenos que salían de la cocina del Simón para las cenas de Noche Buena de las familias burguesas. Por aquellos años, el hotel lo dirigía don José Díaz Torres y su esposa, Resi Lussnigg Arjona. Ella era la hija de Don Rodolfo, el austriaco emprendedor que llegó a Almería con la idea de convertirla en la Costa del Sol de Europa, el aventurero que transformó el Simón en un lugar de referencia a la altura de los mejores establecimientos del país. Hasta unos meses antes de su cierre, el hotel mantuvo intactas sus señas de identidad y nadie alteró el aspecto de sus salones, tal y como los había creado su propietario.Hasta el último instante conservó su espléndido portal adornado de azulejos con los escudos de todas las capitales de España. El comedor, con sus lámparas con borlones de cristal, con el viejo reloj de madera que colgaba de la pared sin retrasarse un solo minuto en medio siglo, con los ventiladores de techo que con parsimonia tropical movían el aire en las lentas tardes del verano, con sus paredes llenas de azulejos y sus mesas siempre dispuestas para la comida siguiente. Porque en el Simón nunca faltaba clientela. En los últimos tiempos, cuando ya no se cerraban en sus salones los negocios de la uva ni llegaban los veraneantes para la temporada de baños, siempre se hacía negocio con los equipos de fútbol, con los viajantes, con los hombres de la moda que venían de Madrid para presentar la temporada de invierno, o con el célebre doctor Masso, el médico de los herniados que citaba a los pacientes en el Simón para venderles su aparato milagroso. Por aquellos años, todavía destacaba en el hotel la presencia de María Teresa Arjona, la eterna doña Resi, la esposa de don Rodolfo Lussnigg, que en un segundo plano, desde su viejo sillón de la sala de costura, controlaba a las lavanderas para que las sábanas se quedaran tan blancas como si fueran nuevas. Por las tardes, doña Resi se refugiaba en el saloncito, el lugar donde se juntaba con los amigos de siempre para echar un rato de conversación o para escuchar las canciones que su compañera, doña Ventura Ledesma, interpretaba mientras tocaba el piano. Doña Resi formaba parte del Simón. Estaba tan unida a la casa y a aquella forma de vida, que un año después de la venta del edificio, en diciembre de 1966, falleció.

JOSE ANGEL PEREZ

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