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Alboloduy Pueblo de Músicos

ALBOLODUY, EL PUEBLO ALMERIENSE DE LOS MÚSICOS
(Tico Medina)

Alboloduy está tendido al sol, bajo una loma de esparto. Su Santo Patrón es el Cristo de la Humildad. A su vera, cerca del río, que casi todo el año viene seco, florecen unos naranjos y vemos almendros, de los que vive el pueblo, junto a la riqueza natural del esparto. Y, sin embargo, Albolodúy es un pueblo de hombres que aman la música por encima de todas las cosas. Así, de lejos, a primera vista, donde blanquean las casas y se encrespan los pliegues del monte, Albolodúy parece, sencillamente, un pueblo de paso, en el que, a lo sumo, va uno a encontrar una tabernita con una radio puesta a media voz, donde cante Antonio Molina. Y, sin embargo, aquí, sobre estas piedras, en estas callejas, bajo estos balcones y estos tristes parrales, hay una floreciente escuela de músicos, de devotos del ritmo, de amantes de la orquestación y adoradores de la diosa Euterpes, musa de la música.

Mil ochocientos noventa y dos habitantes tienen repartidos en 400 familias. Y en todos y cada uno de los hogares, junto a la estampa encendida del Cristo de la Humildad, está el instrumento musical, de cuerda o viento, heredado del abuelo a lo largo de más de cien años reconocidos de historia musical. Cuando llegamos, con las primeras luces de la tarde, estaban las autoridades en la plaza del pueblo. Bajo un balcón, en la calleja soleada, el periodista descubrió algo inaudito y sorprendente. Unos músicos recogían sus bártulos y se marchaban camino de «los jueves de Lardero», allá en el empalme de cuatro pueblos, donde todos los años por ahora, antes que llegue/ el carnaval, se reúnen los mozos y las mozas de los contornos para bailar y merendar, desde los primeros azules de la mañana hasta las estrellas y las candelas encendidas de la noche. Aquí, en Alboloduy, los chiquillos aprenden a solfear antes que a leer, y por extraña y peregrina que les parezca la afirmación, he aquí que este hombre que va hasta el campo en lo alto del burro lleva consigo el saxofón para alegrarse el rato mientras trabaja, y que aquel que ara en la raya del horizonte solfea al mismo tiempo que la reja del arado antiguo se clava en el vientre de esta tierra mineral, dorada y prehistórica. “Aquí se aprende el «do, re, mi, fa, sol» junto al Padrenuestro. Así lo heredamos de nuestros abuelos y así lo harán después nuestros hijos”. De aquí es Gabriel Matarín, que estuvo en alabarderos del Rey como músico, y que fue luego trompeta de la Nacional y la Sinfónica. Ellos muestran lo que tienen dentro, sabiendo lo que es un fagot, un oboe, o una bandurria, y, al mismo tiempo, gastando el buen dinero en vino y en alegría y en dulce, porque para eso trabajan los leones, aunque la vieja tierra no les de todo el rendimiento que su voluntad merece. Fuman poco, porque siempre tienen las manos ocupadas, en el descanso, bien acariciando los registros del bombardino, o bien pulsando las cuerdas del violín o del laúd, de forma que el cigarro existe para ellos en muy pocas y escasas ocasiones. Tiene Alboloduy su pasodoble, y el dato curiosísimo de que hay en su demarcación muchos empadronados con el apellido Padilla, que es musical por excelencia, si se tiene en cuenta que Padilla vino al mundo en Almería. “Cuando oímos templar la guitarra de Andrés Segovia, por la radio, nos elevamos. Pregúntele usted a ése dónde hay esta noche concierto.” ¿Es a mí? Sí, a usted. El hombre, que trae la barba crecida, las manos de arar la tierra y de escardar el surco y de arrancar el esparto, manos con ríos, barrancos y cordilleras, me responde con los ojos iluminados: “Esta noche tiene usted concierto sinfónico en Radio París; a las nueve y media. Si quiere, se viene a casa a escucharlo, que tomaremos un café. Está usted invitado. Luego, al terminar, mi mujer tocará el acordeón; No hay casa sin músico en Albolodúy. Ahora mismo, si usted quiere, no es difícil encontrarlos ensayando. Varias orquestas de música ligera podemos reunir en dos patadas, y, si es posible, la banda, que allá donde va, éxito que cosecha. No tienen uniforme, ni lo necesitan. El Ayuntamiento les subvenciona, pero la banda del pueblo es del pueblo mismo, y de ellos, cuando quieren hacerse de un saxofón o de un clarinete, lo compran al precio que sea y como sea. Los hijos de familia de Alboloduy se van a Madrid a estudiar música, de la misma forma que los de cualquier otro rincón del país vienen a la capital de España a hacerse ingenieros, médicos o peritos industriales. Cuando la banda de Alboloduy se hace a la calle en las ferias de Almería los de los otros pueblos dicen para sus adentros: «Nosotros no podemos ir a hacer el ridículo.» Y se quedan en casita, escuchando la radio. Lleva el pueblo más de dos siglos aferrado a su tradición musical, y está demostrado que los niños de las latitudes, al nacer, llevan con ellos, junto a la presteza para arrancar el esparto, la delicada suavidad de un oído de excepción para una de las más nobles de las artes. También son compositores, y en San Roque demuestran lo que tienen dentro, sabiendo lo que es un fagot, o un oboe, o una bandurria, y, al mismo tiempo, gastando el buen dinero en vino y en alegría y en dulce, porque para eso trabajan los leones, aunque la vieja tierra no les de todo el rendimiento que su voluntad merece Mire usted: hasta personas que están en la lista de la Beneficencia, de las que necesitan de la caridad de los demás, tienen aparato de radio en su casa, pero no para escuchar los seriales, sino para oír a los mejores músicos del mundo sin tener que salir de casa. La Banda Municipal de Madrid «suena como en el Cielo». En la Banda de Tarrasa hay, por lo menos, seis músicos que son de Albolodúy... Voy tomando estas notas de una calle para otra, junto a la mesa de camilla de la taberna, bajo los viejos retratos amarillos de la familia, en el patinillo de unos amigos o en la plaza Mayor del pueblo, a la vera de la iglesia, donde está el cura aprovechando, para ejercer su sagrado ministerio, de la arenga espiritual al aire libre. Los García, por ejemplo: Una casa al azar, en lo alto de una cuesta empinada y bonita, aún no manchada por el resplandor de los fotógrafos de turismo. —El abuelo tocaba la caja; el padre, el clarinete ; el hijo, la guitarra; la madre y la esposa del hijo, el acordeón como pocos...; es normal, por lo tanto, que a los dos años de vida esta chiquilla que anda por ahí aún a traspiés como es la regla de la existencia por su corta edad, tararee la «Dolorosa» y medio entone el «Himno de la Virgen del Mar», de Padilla y Del Águila, ya que, entre otras cosas, está empezando a jugar con un saxofón y una batería.

¿Y el «rock and roll»? Hacen un gesto hermoso y definitivo. Aquí cada hombre es un académico, gracias a Dios. —Eso no ha entrado todavía en este pueblo. Cuando hay que tocarlo en las verbenas y las fiestas se van las orquestinas fuera de las lindes a hacer sonar los parches, los vientos y las cuerdas eléctricas. En Alboloduy se dan ocho o diez conciertos musicales (de tipo) al año y hay varias academias musicales de tipo particular dedicadas a enseñar solfeo por una mínima cantidad, y, a veces, hasta gratis. Aquí conocen a Beethoven más que a Manolo Escobar, y si algún día vieran aparecer por el recodo del camino polvoriento, entre los espartos, a don Andrés Segovia, con su guitarra bajo el brazo, estoy seguro que el pueblo encendería todas sus velas, llenaría de flores de papel todas sus casas y colocaría con solemnidad una lápida de mármol en el sitio en que el concertista hiciera soltar su «manojo de espíritus». Nos vamos. Por la carretera adelante, sobre el burro, viene el labriego haciendo sonar su «saxo». «En er mundo» hace bailar hasta los espartos, salir de los barrancos a los lagartos para hacer el paseíllo, y por el río abajo, en el hilo del agua, se van hasta el lejano mar latino las notas de este pasodoble español. Señor gobernador de Almería: Sería bonito bautizar dé nuevo a este pueblo. ¿Por qué no le ponemos «Alboloduy de los músicos»? Sería un hermoso regalo para su historia.

Rescatado por JOSE ANGEL PEREZ

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